sábado

Relatos de una pérdida.

Eran las 04:25 de la madrugada.
Mis padres no me dejaban salir hasta tan tarde.
Mis amigos si podían, y cuando tenían la oportunidad en hacerlo, no lo dudaban un segundo.
Al parecer, pasearían por el parque y charlarían.
La velada terminaría al llegar a casa.
Y así fue, pero no exactamente igual.
Un accidente lo cambió todo.
Yo no me enteré hasta la mañana siguiente. Cuando fui al instituto.
La mayoría de mis amigos no querían contarme lo que pasaba.
Hasta que vi a Inés, llorando sola.
-¿Qué te pasa Inés, qué tienes cielo?
-Oh, Sara… ¿No sabes lo que ha pasado?
Nuestro querido…
-¿Nuestro querido? ¿Qué pasó tía?
-Samuel, tía anoche…
-¿Samuel qué?
Ahí lo comprendí todo. Tal vez algo me lo dijo en mi cabecita. Supongo que no me lo quería creer cuando mi amiga Inés pronunció las dos palabras más tristes de mi vida.
-Ha muerto. Samuel ha muerto.
Me hundí. No tenía ni idea de cómo había sido, ni siquiera como falleció.
Pero me caí de rodillas al suelo.
Entré en un shock momentáneo.
Tocó la sirena del recreo y yo seguía en el suelo.
El profesor de guardia me agarró del brazo. No reaccioné.
Me gritó
Y le dije:
-Mi mejor amigo ha muerto. Me voy.
No me contestó nada. Supuse que lo habría comprendido.
Me senté en el primer banco que vi, casi a punto de caerme.
No entendía lo que pasaba. Todo fue tan rápido, tan extraño.
Después de estar mirando a la nada durante más de diez minutos, pensando en como debió pasar todo, me levanté.
No sabía por donde iba pero… conseguí llegar a clase.
Abrí la puerta, vi que la mesa de Samuel estaba vacía.
Me senté en su asiento, ignorando la bronca que me estaba echando el profesor.
Busqué debajo de su mesa, había una libreta llena de dibujos, una con reflexiones y textos hechos por él y un cuadernillo a medias.
Lo metí todo en mi maleta, apoyé mi cabeza sobre la mesa imitando su postura después de cada examen.
Recordando regañizas o besos que me mandaba a lo lejos.
Al terminar la clase, después de no hacer nada, cogí mi mochila y me fui por la puerta del instituto.
Encendí el mp3, escuchando su canción favorita de su grupo favorito.
Llamé a Inés y le dije que se dejara ver en frente de la biblioteca.
Estaba cantando una estrofa de la canción cuando recordé el día que lo conocí.
Iba de ‘’Eroguro’’, en el salón del manga de Málaga.
Como era de esperar, me puse a llorar. Jamás había sentido tanta tristeza.
Abrí los ojos y me di cuenta de que no sabía donde estaba.
Me perdí. Había caminado tanto, que me extravié. Por suerte vi a lo lejos mi instituto.
Después de un tiempo largo llegue a casa. Mi madre estaba regando las plantas.
- Mamá.
- ¿Sara qué haces aquí? ¿Te has escapado?
- Mamá-. Dije una vez más mientras lloraba.
- ¿Qué? Contéstame…
- Samuel ha muerto.
Mi madre no dijo nada. Su expresión me decía que no se lo creía.
Entré en casa desorientada.
Me acosté sobre el sillón mirando al techo.
¿Qué había pasado realmente?
No sé como, pero me quedé dormida.
Mis sueños no eran claros. Pero se referían a él. Me despertó el móvil.
Era Inés, ya estaba frente a la biblioteca.
Fui lo más apurada que pude. Estaba allí, tan bella como siempre solo que algo rara, estaba mejor que esta mañana pero rara.
- Hola ¿Qué tal estás?
- Bien, o eso creo ¿Y tú?
- Mal, necesito que me aclares las cosas.
- ¿A qué te refieres?
- A la muerte de Samuel, joder… es mi mejor amigo y ni siquiera sé como ha muerto.
- Ah, te referías a eso… Pues… tía, yo estaba justo a su lado. Estábamos cruzando la calle y el semáforo estaba en rojo para los coches. Era tarde, tampoco pensábamos que nada pasaría.
Él era el único que escuchaba música y cuando estábamos todos en la acera el iba último. Un coche salió de entre la oscuridad y lo arroyó.
Se dio con el parachoques y calló al suelo. Estuvo en coma unos largos minutos y finalmente murió.-
Sus palabras eran tan sinceras y duras a la vez. No pude evitar abrazarla entre sollozos.
Era tan difícil.
Él era mi mejor amigo, ahora supongo que no tengo más razones para seguir con vida.
Todos están tan tranquilos. Parece ser, como si hubiera pasado hace años. Pero no, pasó ayer.
Me dije a mi misma.
Pensé en hacer una carta de suicidio. Pero no.
Si alguien la encontrase, diría que estoy llamando la atención. Por eso no la hice.
Pero idee un plan. Un plan de suicidio.
Mi vida giraba en torno a él y si no está, yo tampoco debería estarlo.
Cogí mi móvil. Y le dejé un mensaje en el buzón de voz que decía:
-‘’Cariño, como te dije una vez, si tú te vas yo también, pues en eso estoy. Te quiero, lo eres todo’’.
Ya no me importaba lo que dijeran los demás. Solo pensaba en él y mi mundo se había estancado ahí.
Estuve días sin ir a clase. Escribiendo en un blog anónimo de Internet lo que tenía pensado hacer. No quería escribirlo en una hoja por miedo a que me lo pillara alguien.
Me despertaba llorando en mitad de la madrugada porque se me aparecía en sueños su dulce cara.
Noche tras noche. Después de eso ya no me podía volver a quedar dormida.
Y me ponía a pensar en como nos conocimos.
Fue una tarde lluviosa, unos amigos llegaron con él. Y este iba con la chaqueta en la mano, al verme congelada me la ofreció. Ahí empezamos a conocernos y horas más tarde me acompañó en tren a casa.
Acabó convirtiéndose en mi mejor amigo.
También recordé que una vez, para sacarnos una foto nos dimos un beso.
Me agarró dulcemente, era tan adorable.
La chica que pasaba por sus pensamientos era tan afortunada.
Tres días más tarde mi madre me obligo a ir al instituto. La odio. Nunca ha pensado en mi. Pero bueno, me vendrá bien salir de mi habitación. Pensé.
Pero aun así. Era demasiado. Las calles por las que pasaba habían sido testigos de muchos abrazos, besos, risas y ahora llantos en solitario.
En clase no saludé a nadie. Todos eran gentuza, la mayoría conocía a Samuel y sabían que había muerto una grandísima persona y todos seguían tal cual.
Por ejemplo, yo hacía tres o más semanas que no me reía.
Me senté en su asiento. Parecía que olía su colonia.
Aún no me podía creer que no lo volvería a ver.
Su voz, incluso los aviones volando me recordaban a las mañanas en clase que pasábamos juntos.
Yo no lo quería, yo lo amaba.
Era la razón de mi existencia, antes de conocerlo yo no era feliz.
Si tenía cualquier problema, me ayudaba, incluso sin decirle nada antes.
En el momento en que mi madre o su novio me amargaban la vida, él me llevaba de la mano al lugar más bonito de España. Ponía nuestra canción y nos quedábamos dormidos uno con el otro.
Cuantas horas me habré dormido en sus brazos.
Lo único que yo necesitaba era su sonrisa para ser feliz. Y ahora no estaba.
Desapareció de la noche a la mañana y sin despedirse de mi. Eso fue lo más triste.
Que ni siquiera tuve la oportunidad de decirlo adiós.
-Cuanto lo echo de menos, ahora estoy siempre sola-. Me decía a mi misma una y otra vez.
Claro, tenía más amigos pero yo no podía salir a las altas horas que lo hacían ellos.
Samuel, él era el único que me entendía, y que cuando veía que no salía me invitaba a su casa a dormir.
Era el chico perfecto. De el que todas deberían enamorarse. Por el que nunca llorarías. Bueno, sí, esta vez por él ha sido por el que he llorado como nunca.
Abrí la mochila y saqué el ordenador portátil. Me daba igual lo que los demás me dijeran. Necesitaba abrir el blog de Internet.
El profesor intentó quitarme el ordenador, yo me negué a cualquiera de sus intentos.
Lo tocó, le quité la mano y me fui de clase. Salí corriendo,, al fin y al cabo, todo esto lo estaba haciendo por él.
En el camino no pude evitar llorar.
Abrí la página uno. Justo en donde estaba mi plan. Salí. Por suerte la puerta estaba abierta. La playa con acantilado más cercana estaba a un kilómetro más o menos.
No tenía dinero así que fui andando.
Una vez en el acantilado me asomé. Sentí vértigo.
Pero era eso o nada.
Sabía que si me cortaba las venas, pararía la hemorragia yo sola. Es supervivencia. No podría evitarlo.
Nunca se me habría ocurrido ahorcarme. No quería dejar el cuerpo en casa.
Y en cuando a envenenarme… eran asquerosos los síntomas anteriores a la muerte. Lo que me faltaba, encima que me mataba tenía que vomitar y marearme.
¡Ni loca!
Encendí el portátil y lo puse frente al acantilado.
Puse la famosa canción que nos unía de una forma épica.
Mis pies rozaron el borde.
Mis brazos se elevaron y las últimas palabras que pronuncié fueron:
-Samu, pronto estaré contigo. Te quiero pelirrojo-.

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