domingo

Jamás pensado.

Era el último viernes de octubre, y los viernes para Eduardo no le apetecían, pero esta vez sería diferente. Él era un chico no tan apuesto pero con un buen corazón. Su familia era pobre y humilde es por eso que al muchacho se le veía repetir muy seguido la ropa. Por desgracia, como le decían sus amistades, se había enamorado de una chica de un acomodado nivel económico. Pero Eduardo no era un interesado, ni veía la riqueza de esa chica aunque en este viernes se preocupó más que nunca pues quería estar presentable para ella, y no ir con la misma camisa del miércoles o el pantalón de la escuela. Ya que tenían una primera cita antes de que dieran las nueve de la noche en el jardín de la ciudad.
Eduardo ya estaba sentado en el Quiosco esperando nerviosamente que su amor se pareciera. No tenía ningún detalle para impresionar a la chica, pero había escrito un poema en una hoja de cuaderno con la inspiración que ella le originaba desde que la miró por primera vez.
Minutos después de la hora acodada llegó su amada. Eduardo se puso de pie contemplando la belleza de la chica. No sabía cómo saludarla, él sólo quería abrazarla pero debía esperar, no apresurar las cosas. Además de que no tenía ningún derecho sobre ella.
–Hola Eduardo –lo saludó la muchacha sentándose. Llevaba puesto un excelente vestido rojo que la hacía ver sensual.
–Gracias por venir –le dijo Eduardo todavía mirando a su musa de 16 años.
–No Eduardo gracias a ti por invitarme… mi papá casi no me deja salir a la ciudad de noche pero le dije que esta vez sería algo especial.
–Sí, eso creo –opinó el chico acercándose un poco más con excitación nerviosa.
La muchacha no mostró desprecio, y ella también lo hizo. No había muchas personas caminando cerca de esa banca, así que podría ser un buen momento de intimidad, pensaba él.
–Sabes Eduardo, nunca había conocido un chico como tú.
–Ni yo a una niña tan linda como tú –se atrevió a decir el muchacho.
–¿Cuántas novias has tenido?
–Ninguna –no dudó en contestar el chico.
–Es sorprenderte, un chico como tú…, yo he tenido un novio nada más, pero cortamos porque él jugó conmigo –. El muchacho ya se imaginaba eso con un poco de celos, y ella continuó: –Bueno, por si me lo preguntabas.
Quedaron callados unos segundos, Eduardo podía respirar ese aroma que la chica portaba, lo tenía muy hipnotizado.
–Oye Eduardo, ¿qué me querías decir desde hace tiempo?
Eduardo se puso muy rojo de pena pero por su bien comenzó a confesar:
–Mira, no sé cómo explicarte esto tan fuerte que siento. Desde el primer día que te miré sobre el autobús escolar no dejé de pensarte, ya han pasado meses de eso y todos esos días me has inspirado a escribir cosas bellas, por ti hago todas las cosas… eres muy bella, desde hace mucho que te lo había querido decir, pero no me atrevía pues creí que nunca te fijarías en mí. Y sé que hay tantas cosas que decir pero no puedo porque me debilito cuando te veo, eres muy hermosa. –Eduardo pasó a un estado de pena, sus piernas estaban entumidas, sus orejas calientes y sus mejillas enrojecidas, entonces la volteó a mirar y miró una sonrisa en ella. ¡Por fin se lo había confesado! Luego con valor, pasó su brazo por el de la muchacha y la entrelazó. La chica respondió al afecto y así en segundos la pierna de Eduardo ya rozaba la de la chica.
–Eres muy lindo Eduardo. Tus palabras siempre me hacen sentir mejor creo que yo también siento algo especial por ti. Creo que sólo a ti te importo… te quiero.
–Sabes, serás el amor de mi vida…
Estaba solo el jardín, Eduardo la volteó a ver, y miró a la mujer que siempre añoraba cada noche, y todos los días. Su sonrisa, sus labios rojos, sus ojos a la clara luna, su cabello agarrado y su aroma atraparon a Eduardo, por tanto tiempo había esperado a su belleza, ahora la tenía frente…
–Sabes, serás el amor de mi vida…
Eduardo le dijo y cada vez más cerca veía esos ojos de mujer, pero luego no veía nada aunque miraba con el corazón al amor de su vida. Besándose sin coordinación pero con una dulzura lenta, tan lenta que parecía eterno el momento. Como cualquier adolescente cuando conoce a su primer amor.
Ese primer beso le vino a los dos muy bien, y diciéndose un “Te quiero” intentaron de nuevo. Hacia un lado y hacia otro, esos labios llenos de sentimiento…
. . .
6 años después…
Eduardo, con un buen traje, fue a la mesa reservada en un famoso restaurante de la ciudad, pues era un día especial.
Lo acordado era a las 10 de la noche y su amada llegó minutos después, con su cuerpo más desarrollado, toda una sensualidad. Esta vez no iba vestida como otras veces pero de todas maneras para Eduardo le parecía bellísima, solamente que ella no daba la impresión de estar contenta. Pero era un día especial, nada debería de arruinarlo, así que el joven se calmó.
–Perdón por el retazo –dijo la muchacha sentándose cuando Eduardo de manera caballerosa le abrió una silla. –La mesa está lindísima…
–Te lo dije Marcela, hoy va hacer un día especial.
A la muchacha Marcela se le partió el corazón cuando lo vio sonreír.
–¿Qué vas a pedir? –le preguntó Eduardo –. Pide lo que sea…
–Tenemos que hablar –dijo Marcela con una voz apagada.
–Claro, ya han pasado seis años y seguimos juntos. Sabes, ayer soñé aquél día en el jardín por la noche, ¡y mira! Ya hemos crecido, ahora podemos vivir por nuestra propia cuenta.
–Quiero hablar sobre nosotros…
Eduardo no quería pensar en que eso significaba una separación. Pero así tan entusiasmado bajó su ánimo.
–Está bien ¿qué sucede?

–Ya di lo que tienes qué decirme –pidió Eduardo esperándose una decepción.
–No sé cómo hacerlo… mejor cenemos y terminando hablamos.
–Ya no tengo apetito para cenar. Dime por favor qué sucedió después.
–Me tomé el día pensando y creo que si dejo que mi costal de problemas se llene, luego no lo pararé.
–¿De qué hablas Marcela?
–Voy a ser sincera Eduardo, no creo que nuestro noviazgo siga.
–Pero ¿por qué? –preguntó Eduardo con una mísera esperanza.
–Sé que me duele decirte esto, todos estos años me la pasé muy bien contigo, me hubiera encantado vivir contigo algún día y yo necesitaba algo y a alguien seguro…
–¿Qué? ¡Apenas hoy te iba a dar la sorpresa de que había conseguido una casa!
Marcela deseaba que ese momento terminara y se echó a llorar cuando Eduardo sacó de su bolsillo el anillo que ella siempre había querido todos esos años, y pensaba, que quizá al muchacho le había costado mucho tiempo conseguirlo. Se sentía sucia del alma, se sentía meramente culpable.
El muchacho agachó su cabeza, era verdad que se había vuelto un hombre emocionalmente fuerte pero eso mató toda su seguridad.
Veía frente a él, a la mujer de su vida muy triste, como nunca hubiera deseada verla. Tenía tantas ganas de dejar todo lo que había planeado, pues la vida le había jugado mal. No tenía miedo de lo que dijera la gente cuando lo viera por la calle y le dijera “Ahí va el hombre acabado y engañado”…
Cómo regresar a ese momento antes del primer beso, para parar todo y no sufrir lo que ahora sucedía, aunque pudiera regresar a ese momento no resistiría no besarla. Pero bien sabía que eso era no darle frente a los problemas. Y él debía seguir, aunque por lo pronto no supiera cómo.
–Bueno –decía Eduardo –Creo que me iré. Puedes tomar el anillo si quieres.
–No Eduardo espera. Eres un buen hombre, debes encontrar alguien que sea mejor que yo, que te ame más.
–No existe alguien que sea igual a ti, es por eso que no puede haber alguien mejor que tú.
–Pero dime, ¿qué sucederá contigo? –le preguntó Marcela deteniéndolo de un brazo.
–Mi libro ya se va a publicar mañana y hoy tengo una copia, que… –Eduardo tomó un necesario suspiro –. Que era para ti.
El joven le entregó el libro que había puesto desde un inicio sobre la mesa, y que por cierto le había dedicado años, tomando como inspiración a Marcela.
–¡Eduardo! ¡Por fin lo terminaste! ¿por qué no me lo dijiste?
–Era una sorpresa –contestó desilusionado –debo salir, el libro es tuyo, y el anillo también.
–Pero no puedo tomar el anillo…
–Pues imagina que es en algo que trabajé para ti, y que te pertenece porque todo lo que hice hasta hoy fue por ti, desde la casa pequeña hasta el libro. Y te lo agradezco…
No resistió dejar a su musa, y lagrimeó. Cada lágrima era un sueño roto.
No tenía ganas de nada, ni saber si la joven quería ser acompañada…
Marcela miró a ese hombre salir del restaurante, al hombre que al fin de cuentas en realidad lo seguía queriendo y que por una decisión tuvo que arruinarle la noche, y probablemente lo días que seguían. Con una emoción muy densa se sentó a llorar un buen rato, a cada segundo se imaginaba como debió haber sido esa declaración con el anillo que ella quería. Nadie mejor que Eduardo lo hubiera hecho tan sencillo y tierno.
La gente del restaurante sólo miraba a esa bella y pobre mujer, que luego tomó el libro que su amado había logrado hacer. La portada era hermosa y prometía hablar de amor. A continuación lo abrió y miró en las dedicatorias: “Hay tantos momentos que guardo y uno del que nunca me arrepentiré. Para el amor de mi vida… Marcela”.
La muchacha tomó el anillo y salió en busca de Eduardo, miró a ambos lado de la calle pero no veía a alguien que se le pareciera, pensó en el Quiosco y fue hacia allá.
Caminando sólo veía la ilusión de dos adolescentes… eso había sido tan fantasioso. Ahora eran adultos. Marcela ya casi iba a llegar al Quiosco pero hizo un alto total, Dejó caer el anillo… dio la vuelta y caminó con el libro en la mano.
Pensaba, quizá ella sólo había sido una musa para Eduardo y nada más… quizá era tonto pensar que el verdadero amor lo encontraba a los 16 años… ¡un momento! Eso decía de Eduardo y ¿de su primer novio qué?, era verdad que era atractivo y buena persona ahora, pero ¡amaba a Eduardo!
Regresó a buscar el anillo, pero no lo encontraba, pero más importante que eso era el amor de su vida. Y a la vuelta del Quiosco en la misma banca del primer beso y muchos más, estaba sentado Eduardo con su chaleco del traje por un lado la miró.
–Perdóname…
–Marcela, no tienes nada de que pedir perdón… tú eres el amor de mi vida.
–Te amo –le dijo y lo abrazó llorando. Le mordió el labio y sonriendo le preguntó: –¿vamos por el anillo?
–¿Te importa el tiempo que perdamos en buscar el anillo?
–Ay Eduardo, siempre tan noble… bésame…
Se quedaron ahí esa noche, eso era más que un beso… un beso que reforzaba lo que siempre había en la muchacha pero tenía miedo a admitirlo.
–Oye Eduardo, quiero vivir contigo.
–Claro, no pienso quedarme solo…
–¿Y lo que resta de esta noche?
–Quiero pasármela contigo hasta que amanezca.
–Vamos a tú casa…
–Nuestra casa –corrigió el muchacho llevándosela de la mano y dejando el libro en la banca.
–Nunca me vayas a dejar Eduardo…
–Creo que todavía no quieres creer que para mí eres el amor de mi vida –le contestó sonriéndole.
Marcela estaba comenzando a entender, pues era tan grande ese amor, que después de 6 años tuvo que suceder eso para reafirmar el amor… ese amor que no había cambiado, sino madurado.

6 comentarios:

  1. Dios es precioso, es super lindo, tia casi lloro & todo joder fue tan triste cuando le dejó :'( joder, si lo hiciste tu te aplaudo, es PRECIOSO! teamo<33333

    ResponderEliminar
  2. jajja , gracias cari (L)
    de eso se trata , yo también te amo

    ResponderEliminar
  3. si lo hiciste tu *-* dios teamo, por cierto los lunares de tu blog me marean T__T XDDDDDD

    ResponderEliminar
  4. porque , a mi me flipaaaaaaaaaan :|
    yo también te amo (L)

    ResponderEliminar